Sometidos por el hambre, en una grave condición de hacinamiento y enfermos. Así están viviendo (y muriendo) los presos venezolanos que se encuentran recluidos en la mayoría de los centros de detención preventiva y los del estado Nueva Esparta, en el oriente del país, no escapan de esta realidad.
Según la ley, los privados de libertad solo deben estar un máximo de 48 horas en los calabozos de los cuerpos policiales y de seguridad, sin embargo, el retardo procesal que reina en Venezuela ha hecho que permanezcan hasta por tres años en estos centros de reclusión que no cuentan ni con los recursos ni con la infraestructura necesaria para garantizarles sus derechos humanos básicos: alimentación, salud, vida.
En la isla de Margarita la situación se ha agravado desde el año 2016, cuando las autoridades del Ministerio del Servicio Penitenciario decidieron cerrar el único penal que existía en la entidad: el Internado Judicial de San Antonio. En ese entonces casi 2.000 detenidos fueron trasladados a las cárceles de diferentes estados, impidiendo que sus familiares y allegados puedan visitarlos y llevarles comida porque casi todos son de muy escasos recursos y no pueden viajar. La cifra de privados de libertad que se encuentran fuera del estado aumentó considerablemente en 2017 y al menos otros 2.000 están ahora en los centros preventivos, esperando sus juicios y traslados a los penales formales. Casi ninguno está penado, la violación al debido proceso es más que evidente.
Ellos conviven en espacios reducidos, lo que los expone al hacinamiento y la insalubridad, a la falta de medicamentos, agua y la capacidad de hasta moverse. En una de las bases policiales el calabozo mide 5×4, tiene capacidad para albergar máximo a 30 personas, sin embargo, allí tienen recluidas a 86. En otra están detenidas 12 personas en un espacio de 4×4 en el que deberían estar como mucho 5. Uno de los peores tiene dos calabozos de 3×2, con capacidad para 8 privados, pero tienen recluidos a 42. Allí los presos permanecen en sus hamacas, guindadas encima de los que se encuentran sentados o acostados, uno al lado del otro. Y aun cuando estas cifras son alarmantes, en los comandos bajo la dirección del sector oficial los problemas son más graves.
Al acercarse a las zonas en las que se encuentran los calabozos puede sentirse el calor y un fuerte olor a sudor. Los detenidos están sin camisas, sentados en el piso, luchando con las fuertes temperaturas características de esta zona tropical. Este acercamiento involuntario ha hecho que se contagien con un sinfín de enfermedades como tuberculosis, escabiosis y hasta HIV, exponiendo a los otros detenidos, a los funcionarios y el personal de las policías municipales.
Algunos de los detenidos manejan los términos jurídicos, otros no, pero cuando deciden hablar todos dicen lo mismo: hay muchos retrasos, ineficiencia en el sistema y exceso de la calificación jurídica. Culpan al Ministerio Público por tener subordinados a los jueces en los momentos procesales, en las audiencias, imputación, preliminar y en los juicios; y a estos últimos por estar cuidando su estabilidad laboral subordinándose a las pretensiones del Ministerio y a la mano política, en muchos casos.
Desnutrición latente
En los últimos meses casi todas las cárceles y centros de detención preventiva de Venezuela se han convertido en noticia porque los presos están muriendo por desnutrición. En Nueva Esparta las autoridades sostienen que no se han registrado casos de este tipo, sin embargo, la Sociedad Médica de Especialistas del Hospital Dr. Luis Ortega de Porlamar reporta que de cada 10 niños que hospitalizan 4 tienen algún grado de desnutrición, lo que es solo una muestra de la crisis de alimentación que está afectando a los pobladores del estado y de lo podría estar ocurriendo en estos recintos con más fuerza, ya que los privados de libertad dependen solo de lo que sus allegados les puedan llevar.
Los familiares y directores de las policías municipales cuentan que algunos detenidos solo reciben alimentos para comer una vez al día, otros para una vez a la semana y muchos ninguna porque no tienen conocidos cerca. Estas comidas, en algunos casos, solo están conformadas por una fruta, plátano, casabe, pescado o sardinas, que son las más económicas y los médicos afirman que un adulto que coma un cambur o una pequeña ración de arroz al día por un tiempo prolongado difícilmente se salvará de la desnutrición.
También comentan que sus esposos, cuñados, hermanos, hijos y amigos han perdido mucho peso, como mínimo 10 kilos en un mes. Los describen como huesudos, dicen que se les cae la ropa. El hambre los hace robar comida a otros detenidos, hurgar en la basura como está ocurriendo en las calles, comer sobras y hasta ofrecer “trabajos” a los que sí tienen para ganarse aunque sea una porción. Casi ninguno deja desperdicios, cada migaja cuenta.
El sueldo mínimo en el país desde septiembre de 2017 es de 136.543 bolívares, los que tienen bono de alimentación reciben 189.000 bolívares más, para un total de 325.544 bolívares al mes. Quienes tienen a sus familiares presos dicen que gastan como mínimo 280.000 bolívares semanales en alimentos, más 35.000 en transporte, es decir, 315.000 bolívares. Por esto es tan difícil para la mayoría llevarles comida y para quienes no tienen trabajos fijos y no cuentan con un salario es peor. Hay muchos en esta condición que venden sus cosas para poder alimentarlos. El resto de los días deben arreglárselas solos.
Para llevarles comida a los presos deben cumplir con algunos requerimientos: ir vestidos con jean azul y franela blanca, para ser identificados fácilmente si se presentara algún problema. Deben entregar todo en envases y con cubiertos de plásticos, que son revisados en un gran mesón antes de entrar. El agua se la llevan de casa, en botellas plásticas, porque no les alcanza el dinero para comprarla en la calle.
Por todo esto, las comidas para los privados de libertad ya no se llaman desayuno, almuerzo o cena. Comen cuando pueden y tienen para comer. Según sus propios testimonios se despiertan lo más tarde posible y los que comen una vez al día lo hacen tarde para aguantar más. Otros lo hacen en la noche para dormirse y no sentir más hambre.
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